sábado, 28 de marzo de 2009

Luz

Una noche, en una de nuestras rondas de patrulla, mi compañero y yo junto con un perro policía de la guardia patrullábamos por delante, y vimos que se encontraban encendidas las luces de los servicios de la planta de abajo del hospital alado de una base aérea abandonada por los americanos, cosa rara, pues sabíamos que allí no había luz.
Pensamos que quizá la hubiesen conectado para realizar algunas obras o algo, así que no le dimos importancia y fuimos a apagar los interruptores del cuarto de baño, con bastante respeto, ya que el lugar daba bastante miedo en sí y además conocíamos varias historias del sitio.
Allí pudimos comprobar que el resto de las luces no funcionaban, sólo las del baño, lo cual nos extrañó bastante pues si habían conectado la luz del edificio deberían funcionar todas, así que la apagamos rápidamente y seguimos la patrulla.
Posteriormente, sobre las dos de la madrugada, pasamos de nuevo, y volvimos a ver luces prendidas, esta vez en una de las habitaciones de la segunda planta, pero esta vez por miedo decidimos no apagarlas y seguir como si nada.
Media hora después las luces estaban apagadas, a lo que pensamos que podía ser un niño de los chalets militares que había al lado, el que estaba jugando en el hospital con las luces, a lo que decidimos volver al hospital, ya que allí no podía haber nadie.
No habíamos salido de nuestro horario cuando se enciende otra luz de la segunda planta y nuestra teoría quedó reforzada. Buscamos por todo el hospital y no vimos a nadie, así que apagamos las luces, pero cuando íbamos por el pasillo principal del segundo piso buscando la salida una luz de una habitación por la que acabábamos de estar, se enciende de repente.
Mi compañero me mira y sin decirnos nada nos dirigimos a la habitación cautelosos para ver qué ha pasado. En ese momento la tensión es muy grande, y el lugar y los ruidos del sitio no ayudan precisamente, pero la curiosidad nos puede más que el miedo.
Yo voy delante, y mi compañero tres metros detrás con el perro, pero unos diez metros antes de llegar a la habitación suena un timbre: Es el ruido del ascensor que se pone en marcha, lo que me aterroriza pues el ascensor tampoco ha funcionado desde que se quedó el hospital vacío.
En ese momento, mi compañero está justo delante de la puerta del ascensor, y después de mirarnos fijamente mi compañero se queda mirando a la puerta. Dos segundos después la puerta se abre, yo no puedo ver lo que había dentro del ascensor, pero mi compañero sí, y lo que sí puedo ver es su cara de terror. El perro enseguida se suelta de mi compañero paralizado y se va gimiendo con el rabo entre las patas.
Son sólo unos tres segundos pero yo sólo puedo mirar a mi compañero, hasta que le llamo:
- Carlos.
Éste no contesta:
- Carlos ¿qué pasa?
Yo no me muevo, y mi compañero sólo mira al ascensor, sin reaccionar. El ascensor se cierra entonces, y Carlos sigue mirando la puerta durante un segundo, después me mira y puedo ver cómo una lágrima recorre su mejilla mientras aún mantiene esa expresión de miedo.
Ahora soy yo el que no puede reaccionar, en ese momento mi compañero se gira rápido, llama al perro como si se acabase de dar cuenta de que se había ido. Al ver que éste no está sale corriendo a buscarle.
Esta escena sólo fue de escasos treinta segundos desde que se oye el timbre, pero lo recuerdo como si fuese una hora entera.
Yo salgo detrás de Carlos, pero me pierdo en el hospital. Al salir poco después le veo llorando sentado en el suelo con la cabeza entre las piernas al lado de la patrulla.
- ¿Qué ha pasado? -Le pregunto.
- ¡Enorme criatura de luz! Vámonos de aquí, por favor -me dice. Miro al perro que está junto a él tumbado, llorando.
- Sí, nos vamos -le digo.
Encendimos el carro y seguimos patrullando, la ronda no fue igual, mi compañero no me hablo más ese día, estaba en otro sitio, ido totalmente. El nunca volvió a ser el mismo, y nunca conseguí que me dijese qué vio en el ascensor del hospital.

Por Mitzi Acosta

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